Este libro también es especial porque lo escribí en un momento muy fuerte de mi vida y de la de muchísima gente (diría medio mundo)
Para un escritor, cada libro que termina es especial, a cada uno le dejamos un poquito de su corazón, sin contar la cantidad de anécdotas e historias que implica el proceso de escribir más de 50 mil palabras. Eso es mi nueva novela para mí.
Son meses de esfuerzo, de desvelos –no solo escribiendo, sino por la trillada escena donde te estás quedando dormida y se te ocurre una escena brutal, sí eso nos pasa–.
Escribir, editar, corregir (muchas veces), maquetar, diseñar o buscar el diseño de tu portada, preparar la promoción (eso incluye diseñar los posters o publicaciones), y unas cuantas cosas que estoy segura se me escapan, pero todo ese trabajo es el medio para terminar un libro y tener la satisfacción y el orgullo de decir “Esto lo hice yo”, y la alegría que da mostrársela a tus lectores.
Una de las anécdotas que más voy a recordar va a ser con este libro, porque a pesar que con Café y Martinis soñé una escena, con una App para estar juntos, soñé toda la historia.
No me pregunten como soñé todo un libro en una noche, tomando en cuenta que duermo de 6 a 7 horas. Pero así fue.
No sé si mi cerebro continuó trabajando en la historia después que me desperté y poco a poco iba desbloqueando etapas del libro o simplemente lo soñé completo, esos misterios neurológicos no se los puedo explicar.
Lo que sí sé es que es apasionante poder involucrarte tanto con una historia que tu cerebro no descansa (cosa que nunca hacen los cerebros, en especial el mío), hasta poner la ansiada palabra “Fin”.
Este libro también es especial porque lo escribí en un momento muy fuerte de mi vida y de la de muchísima gente (diría medio mundo, pero en realidad es todo el mundo, literalmente).
Una nueva normalidad
En febrero-marzo, el mundo se volvió loco y se desató una pandemia mundial que nos cambio la vida a todos, emocional y mentalmente.
Yo no dejé de asistir a mi trabajo (trabajo en un periódico y la dueña decidió que no teletrabajaríamos), así que todos los días salía de casa muerta de miedo de montarme en un autobús en el que solo íbamos el chofer y yo, para recorrer una ciudad fantasma.
A veces me derrumbaba al ver a la ciudad donde decidí vivir como una tierra desolada, a veces, había tanta presión en mi trabajo que quería llorar.
Cuando entraba a las redes sociales parar “relajarme”, pues, no ayudaba.
El mundo se estaba cayendo a pedazos (todavía no ha cambiado mucho la situación del mundo), pero aún así yo no paraba de escribir mi historia.
Escribir me subía el ánimo, me ilusionaba. Escribir era mi “normalidad” y nadie me sacaría de ahí. Y a pesar que había algunos días en los que estaba tan desanimada que quería posponerlo, nunca lo hice.
Escribía aunque fuesen 100 palabras, trataba de no irme a la cama sin escribir algo.

Mi nueva novela
Estos meses han sido una locura, nuestra vida ha sido todo un reto, un reto que no todos somos lo suficientemente fuertes para afrontar, y está bien, porque nadie te prepara para una pandemia mundial, por eso nos tenemos que aferrar a lo que amamos, a lo que nos hace feliz.
La historia de Eli y Evan, me hizo feliz en esos momentos tristes y de miedo.
Como se conocieron, como se enamoraron, como evolucionaron como personas, sus conflictos como personas y como pareja me llevaban a su mundo y me sacaban del mío, eso me hizo seguir, no detenerme y hoy les escribo feliz porque ayer lo publiqué.
No tengo mucho que más que decirles sino que cuando crean que están o van en camino a un sitio oscuro, aférrense a lo que aman, para mí es la escritura y la música.
Montarme en un bus para ir a una oficina me llenaba de miedo, pero me ponía mis audífonos (cascos) ponía música que me inspiraba y empezaba a teclear en mi teléfono (sí, el 80% de este libro lo escribí en mi teléfono), y así pasé esos meses tan surreales.